sábado, 9 de mayo de 2020

TELETRABAJO (¡qué bonito nombre tienes: Teletrabajo!)



     Ahora que se ha puesto de modo (¡a la fuerza ahorcan!) el teletrabajo, todo el mundo habla de él.

     Tiene un bonito nombre: teltrabajo.

    ¿Es un trabajo que se realiza mirando la "tele"? Nooo. Es trabajar en casa; trabajar utilizando la tecnología y las telecomunicaciones. Empresas y multinacionales de mucho rango ya lo utilizan desde hace muchísimos años. En España, eso era algo futurista, algo más relacionado con la ciencia ficción que con la realidad palpable, constante y sonante. Pero eso ahora ha cambiado por completo. ¡Y cómo ha cambiado!.

     Bueno, realmente no ha cambiado; nos lo ha impuesto un bichito que todo el mundo sabía que estaba ahí (también lo sabían los políticos, pero como era muy pequeño, no le hacían caso, como ocurre en la vida real con las relaciones entre políticos, pueblo llano -el pópulus- y pueblo de la realeza -bellatores-) pero al que nadie hacía caso, hasta que el bichito, de tanto y tanto llamarnos, se ha hecho notar de una forma un tanto socarrona además de con muy mala leche. Cuando ha dicho el bichito ¡aquí estoy yo!, todo el mundo se ha cobijado bajo el techo de su casa o de lo que tuvieran y ahí se han quedado. Con ello, los "confitados" (más que confinados) no han tenido más remedio que teletrabajar unos (mirando la tele y viendo series de una manera descontrolada y descuajaringada) y trabajar utilizando las telecomunicaciones otros.

     Entre los que trabajan utilizando las telecomunicaciones están los niños, adolescentes y jóvenes estudiantes que se han visto relegados en sus casa de la noche a la mañana (y luego también a la noche para también seguir a la siguiente mañana y así muchos, muchos, muchos días) y no han tenido más remedio que teletrabajar (unos mirando la tele y viendo series de una manera descontrolada y descuajaringada) y trabajar utilizando las telecomunicaciones otros (móvil más móvil, más móvil, ....). Pero el teletrabajo bien entendido (y ahora en serio) tiene sus pros y sus contras.

     Qué cada uno busque sus pros y sus contras, que seguro son y serán diferentes en función de cada uno de nosotros, pero hay algo que es invariable y que no se modifica ni se modificará a corto plazo (todo se andará, ya que a la fuerza ahorcan) en cada uno de nosotros.

     Hay pros y hay contras; hay ventajas y hay inconvenientes. Anotaremos las ventajas y lo inconvenientes, o, mejor dicho, los problemas y los beneficios que nos acarrea o nos puede acarrear el teletrabajo, pero esta vez bien entendido. Lo enfocaremos a la educación, al aprendizaje de niños, adolescentes y jóvenes, pero también se podría extrapolar a cualquier otro trabajador que realice dicha labor desde su casa o que se la hallan impuesto (que no ha sido por "motu propio", vamos).



     PROBLEMAS - INCONVENIENTES

     - Los niños, adolescentes y jóvenes no saben estudiar por sí mismos. En realidad no quieren hacer nada por sí mismos. No están acostumbrado a hacerlo.
     - Los niños, adolescentes y jóvenes están acostumbrado a la inmediatez de Internet.
     -Los niños, adolescentes y jóvenes están muy ilusionados y muy convencidos que los exámenes que les propongan sus profesores los van a realizar con los apuntes de clase delante y con alguien que les ayude en  superarlos.
     - Los niños, adolescentes y jóvenes no tratan de recordar (estudiar) en casa lo aprendido en clase ese día para no olvidadlo y adelantar estudio y materia para el día que llegue el examen.
     - Los niños, adolescentes y jóvenes no tienen organización a la hora de estudiar en casa. No tienen una habitación que los aísle y evite la distracción.
     - Los niños, adolescentes y jóvenes tienen muchos problemas en el uso de la ofimática, tanto con un PC portátil como de sobremesa. Tienen tanta adicción al teléfono móvil que todo, absolutamente todo, lo hacen o tratan de hacerlo con el el teléfono móvil.
     - Los niños, adolescentes y jóvenes tienen muchísimos problemas para interpretar correctamente lo leído. Tienen muchísimas faltas de ortografía, fruto delo poco que leen y lo mucho que utilizan el teléfono móvil, sobre todo cuando utilizan aplicaciones para comunicarse entre ellos o con sus familias.
     - Los niños, adolescentes y jóvenes no saben expresarse correctamente. No utilizan los signos de puntuación para expresarse por escrito y dar sentido a las frases o a lo que quieren expresar.
     - Quienes no se adapten, desaparecerán. Resistirse al cambio es una actitud muy humana que nunca lleva al éxito.


     VENTAJAS - BENEFICIOS

     - Hay que modificar y adaptar las rutinas existentes y el comportamiento social. No hay procesos claros y establecidos ala hora de trabajar desde casa ni delas buenas prácticas que requiere este modelo de trabajo: horarios, puntualidad, gestión de los comportamientos sociales en la numerosas videollamadas (enseñar desde como se entra en una reunión en remoto hasta cómo se interviene o también solicitar la grabación del encuentro).
     - Hay que mostrar adaptabilidad, empatía y solidaridad.
     - Hay que alcanzar una destreza digital, lo llamado transformación digital.
     - Hay que convertir el teletrabajo forzoso y desubicado en algo estabilizado.
     - Peligra entre el 30% y el 40% de todos los puestos de trabajo. Si se invierte lo suficiente en educación, esos trabajos que se destruyen serán sustituidos por otros nuevos. La Inteligencia Artificial terminará por acabar con los trabajos manuales.
     - Todas las empresas e individuos, independientemente de su sector, deberían comenzar a prepararse y analizar tanto los riesgos como las oportunidades que las nuevas tecnología representan para ellos.
     - La tecnología es neutra, pero no quienes la utilizan. A los robots debemos inculcarles un conocimiento ético que impida la destrucción de nuestra sociedad, de igual forma que a nosotros nos enseñan qué está bien y qué está mal cuando somos pequeños.

jueves, 30 de abril de 2020

ASÍ TE CONTROLA (Y TE VIGILA) TU MÓVIL


https://elpais.com/elpais/2019/09/10/eps/1568119303_601504.html

Marta Peirano


          Sacamos el móvil del bolsillo unas 150 veces al día, aunque creemos que lo usamos en la mitad de las ocasiones. Lo cierto es que nuestro smartphone genera un volumen brutal de datos que nos localizan, nos vigilan y nos transforman. Puro petróleo para las grandes empresas tecnológicas.

          Lo más importante son los metadatos; no el mensaje que mandas, sino a quién se lo mandas, desde dónde y con quién. Sobre todo, desde dónde. Aquel que sabe dónde estás en todo momento te conoce mejor que tú mismo. Aquel que sabe dónde has estado durante los últimos tres meses puede predecir dónde estarás de ahora en adelante con una precisión del 93%. Y tú se lo dices a mucha gente. Tu móvil tiene una cámara por delante, otra por detrás, un micrófono, una media de 14 sensores y al menos 3 sistemas independientes de geoposicionamiento. Tu tarjeta SIM manda señales a las antenas más cercanas para recibir cobertura. Tu receptor de GPS se comunica con satélites para calcular su propia posición. Tu wifi busca constantemente redes a las que conectarse, gritando el nombre de todas a las que se ha conectado antes. Tu bluetooth busca objetos con los que hacer una red. Y tus aplicaciones registran cada uno de tus movimientos, incluso cuando has apagado esa función.

          No necesitas sacar el móvil, pero lo haces unas 150 veces al día. Si te parecen muchas es porque la mayoría de las personas que tienen un smartphone piensan que lo utilizan menos de la mitad de tiempo que lo usan en realidad. Probablemente lo desbloqueas para ver si te ha llegado un mensaje por Messenger o WhatsApp, si ha pasado algo en Twitter, si a alguien le ha gustado tu foto en Instagram o en Facebook, o si has recibido un correo importante. Una vez dentro, es difícil soltarse. Las aplicaciones más populares del mundo están diseñadas para que, cada vez que las usas, recibas una microdosis de dopamina, en un circuito llamado cámara de condicionamiento operante o, más popularmente, caja de Skinner, por el psicólogo que la creó. Por eso desbloqueas el móvil tantas veces sin darte cuenta. Las mejores mentes de tu generación trabajan para las grandes empresas tecnológicas, buscando maneras de que estés el máximo tiempo posible tocando el  móvil de manera inconsciente. Cuanto más tiempo pasas, más datos generas. Y esas empresas viven de convertir tus datos en alimento para sus algoritmos predictivos de inteligencia artificial.

          Los algoritmos necesitan una gran cantidad de datos para mejorar sus predicciones. Google los saca del correo, los mapas, el buscador, YouTube y el sistema operativo Android, entre otros. Amazon, de la tienda, el Kindle, los altavoces inteligentes y AWS, Facebook, de la red social, Instagram, WhatsApp y Oculus. Netflix, de las series. Uber, de los coches. Spotify, de las listas. Airbnb, de las vacaciones. Tinder, del sexo. Match, del amor.


          Pero también necesitan una dieta variada, por eso trabajan con los data brokers, empresas que rastrea el resto de los datos que hay desperdigados y los ponen en un sólo lugar. Manejan otras fuentes: tarjetas de puntos, seguros,, marketing directo, hackers, inmobiliarias, bibliotecas, operadoras, laboratorios de análisis, bancos, farmacias, Administraciones. Las plataformas digitales saben lo que haces cuando estás conectado. Los data brokers eran los únicos que sabían lo que haces cuando no lo estás. Ahora hay cámaras conectadas a sistemas de identificación facial que te siguen sin que lo sepas, lectores automáticos de matrícula, satélites capaces de leer tu marca de reloj. Los algoritmos predictivos digieran los datos para saber anticiparse a tus deseos, pero no siempre para satisfacerlos. También para cambiarlos.

          Cuando tus datos vuelven a ti, han transformado el mundo.Han elegido los anuncios que ves y el precio que pagas por los billetes de avión, por alquilar un coche, por el seguro dental. Han cambiado tus posibilidades de conseguir un crédito, de acceder a un puesto de trabajo, de recibir un pulmón. También eligen las noticias que aparecen en tu timeline, los Pokémon que aparecen en tu mapa, los cinco mejores restaurantes, la mejor manera de llegar de A a B. Porque te has convertido en el microobjetivo de cientos de campañas. No todas son comerciales.

          La campaña pro-Brexit convenció a millones de británicos de que los turcos estaban a punto de invadir Europa. La campaña pro-Trump convenció a millones de americanos de que había bandas de centroamericanos "infestando" EEUU. La agencia de desinformación rusa convenció a medio millón de activistas afroamericanos de que no votaran, porque votar a Clinton era peor que votar a Trump. Cuando vuelven a ti, tus datos ya no son datos; son una visión del mundo. Y no sabes quién la financia, ni con qué fin.


miércoles, 29 de abril de 2020

SI EL ALGORITMO DE INSTAGRAM LO SABE TODO SOBRE MÍ, ¿NO TENGO DERECHO A QUE ME LO CUENTE?

https://elpais.com/elpais/2020/04/07/icon/1586260277_914273.html

Wendon Penderton 9-abril-2020

          Hace tiempo que ando preocupado por culpa de la lupa de Instagram. Cuando le doy a la lupa me sale una colección de hombres, todos jóvenes, guapos, barbudos, con cuerpos normativos. Algunos aparecen solos y otros emparejados. Todos son homosexuales, como yo. No me pregunte cómo lo sé, pero lo sé. Creo que Instagram también lo sabe, y lo que me preocupa concretamente es que piense que eso, y solo eso, hombres barbudos, es lo que a mí me interesa en la vida. ¿Y si tuviera razón?

 Image: Getty / Montaje: Pepa Ortiz
        
          Instagram, por si usted no lo sabe, es una red social orientada a pequeñas pantallas que da todo el protagonismo a las imágenes, confinando al texto a un lugar marginal. Para entendernos, en Twitter y Facebook la gente dice cosas y establece conversaciones en las que participan otros usuarios, en Instagram la gente enseña fotos y, en caso de producirse conversaciones, tienen lugar en privado, vis a vis. Cuando uno abre la app ve una cuadrícula infinita de imágenes. Son las fotos que publican todos los usuarios a los que uno ha decidido seguir. Como todas las redes sociales, tiene una herramienta de búsqueda. Es un icono con forma de lupa debajo de la cuadrícula de imágenes. Nada más tocar la lupa, antes de que le digamos a Instagram qué andamos buscando, ella ya nos ofrece una serie de imágenes que piensa que nos pudieran interesar. Cuando digo que Instagram piensa no estoy echando mano de una figura literaria. Instagram piensa, y piensa sola.

          A esto nos referimos cuando hablamos de “El Algoritmo”. Y lo mismo que piensa Instagram piensa Twitter, piensa Facebook, piensa Whatsapp, piensa Google, piensan Netflix y Amazon, piensa el sistema operativo de su teléfono móvil e incluso piensan todos juntos, porque se prestan –o roban– información entre ellos. Podemos referirnos a un algoritmo global, un Gran Hermano que resulta de la suma del trabajo y la red que forman todos los algoritmos o podemos referirnos a todos esos pequeños algoritmos a los que les contamos cosas sobre nosotros mismos constantemente, cada vez que hacemos un click o damos un like.

          Esto no es conspiranoia, se sabe. Se sabe que los teléfonos tienen siempre el micrófono abierto. Puede usted negar el permiso a las apps para usarlo, pero nunca puede desactivar el micrófono del todo. Pruebe a mirar a su móvil ahora mismo y diga, alto y claro, “OK Google” u “Hola Siri”. Ya verá como le está escuchando. Lo que no sabemos es qué hace con lo que escucha, si esa información se queda ahí o se envía a alguna parte. Sabemos también que Google Maps sabe dónde y cuándo hay un atasco porque recibe la localización geográfica de todos los conductores que lo llevan encendido y sabe perfectamente dónde están y a qué velocidad circulan. Lo mismo pasa con Facebook, que sabe sobre qué cosas está usted discutiendo, en qué sitios hace click o da un like.

          Amazon sabe qué anda usted pensando en comprar o qué películas decide ver o no ha llegado a ver pero casi, como pasa con Netflix. Facebook además es pariente de Whatsapp, así que tiene acceso a las agendas telefónicas de todos nosotros. Da igual que usted no le haya dado su teléfono a Facebook, porque yo lo tengo a usted en mi agenda de contactos y le he dado permiso a Whatsapp para mirar ahí dentro, así que WhatsApp le pasa esa información a Facebook. Es bastante probable que Facebook le sugiera ciertas amistades: piensa que conocemos a esas personas porque tenemos amigos comunes, o porque guardamos su teléfono en la agenda.

          No sería demasiado improbable que usted se encuentre en la sección “Personas que quizá conozcas” a su jefe, aunque no le haya dicho usted a Facebook dónde trabaja, o incluso a su masajista, aunque jamás se le haya ocurrido a usted contarle a nadie que va al masajista cuando necesita liberar un poquito de tensión. El algoritmo es en parte todo esto. Es la inteligencia artificial que decide qué escaparate le muestra a usted del mundo a través de su móvil y sus redes. El algoritmo decide a cuáles de sus amigos va usted a ver cada mañana o a cuáles de ellos va a silenciar. El algoritmo decide sugerirle a usted unos productos concretos en esos anuncios personalizados que le aparecen cada vez que navega o abre alguna red social. El algoritmo lee su correo de Gmail, clasifica todos y cada unos de sus clics, probablemente localiza palabras significativas que usted ha pronunciado en voz alta, cuenta sus pasos y hasta mide su ritmo cardíaco, echa todo junto a una olla y extrae información.

Getty Images

          No sólo datos, sino información con significado. Con esa información configura su ventana al mundo. Usted tendrá las vistas que El Algoritmo decida convenientes. Y aquí es donde volvemos a la lupa.

          Instagram piensa que a mí me interesa ver hombres homosexuales normativamente guapos, ha llegado a esa conclusión analizando todas mis acciones, observándome en la más absoluta intimidad durante meses. Yo llegué a Instagram en un momento de crisis matrimonial, en la antesala del divorcio. Aunque yo todavía no lo sabía (o no lo quería saber), usé Instagram para volver a colocarme en el mercado, para dejarme ver. No opté por la estrategia de exhibición directa del cuerpo, porque no
me sentía competitivo en ese aspecto, sino que decidí tejer una tela de araña, construir un personaje, y dejar caer alguna foto mía bien escogida entre un fondo de fotografías de gatos, playas, libros, plantas, y curiosidades. Como cuando te daba vergüenza comprar una revista porno y te llevabas también el periódico, El Jueves y dos pasatiempos.

          Conocí a algunos hombres, cobré algunas piezas, hice bastante el ridículo y un día me topé con la despiadada radiografía de la lupa. Porque a la lupa no la engañas tan fácilmente, ella sabe que por muchas fotos que subas leyendo un libro o restregándote con el gato tú lo que quieres ver son hombres y eso es lo que vas a tener. Hombres. Hombres con barba anunciando al mundo que van a echarse la siesta, solitos, con un pijama de Pokémon o “La Guerra de las Galaxias”, con una camiseta de “Los Pollos Hermanos” como si tuvieran 16 años, sudando en el gimnasio con brazos como jamones serranos pero con su carita de oops, I did it again.

          Hombres con barba haciendo playback de pasarlo muy bien, congelados por un flash en la pista de baile. Todo barbudos que quieren ser vistos por otros barbudos. Cuando me vi reflejado en ese espejo de la sicalipsis homosexual infantilizada del siglo XXI decidí que había llegado el momento del cambio. Dejé de seguir a todos los hombres que seguía solamente porque estaban buenos y seguí a la NASA. Seguí a autores, editoriales, atletas del yoga, usuarios de la psicodelia o expertos en plantas suculentas a diestro y siniestro.

          El esfuerzo surtió efecto y los hombres se esfumaron de la lupa. No del todo, siempre había alguno incluido en el mosaico, pero me encontraba mucho más cómodo con mi nuevo yo: una persona con intereses mucho más variados y maduros. Pasó el tiempo y me olvidé del asunto, pero los hombres han vuelto. Hace semanas que están ahí. En un ejercicio de expiación impúdica hice una captura de mi lupa plagada de barbas y torsos poderosos y compartí en Facebook ese retrato íntimo de mi psique realizado por El Algoritmo. Miren ustedes, aquí me tienen, no se puede estar más desnudo que mostrando la lupa de Instagram, lo que veis es lo que soy.

          Invité a mis amigos a hacer lo mismo, a asomarse a su mente desnuda sin necesidad de gastarse un dineral en psicólogos y poner el dedo sobre la lupa. Los resultados nos han proporcionado bastantes momentos de diversión, hemos llegado incluso a leernos las lupas como tiradas de tarot y a sustituir el “revisa tus privilegios” por “revisa tu lupa”. Comparamos nuestras lupas y anhelamos aquellas que presentan más variedad de mundos y paisajes o menos porcentaje de masculinidad normativa.

          Después de desayunar todos los días miro qué me dice la lupa, se ha convertido en una costumbre en estos días de encierro. La chufla está muy bien, pero yo quiero saber. Me encantaría saber cuáles de mis acciones han llevado a la lupa a pensar que la mejor estrategia es enseñarme una legión de hombres como si fueran las frutas de las tragaperras. No es que crea que la lupa se equivoca, es que si ella lo sabe todo sobre mí, yo quiero saberlo también. Al fin y al cabo, si El Algoritmo es la suma mente colmena, si es un dios que sabe más de todos nosotros que nosotros mismos, ya que va a sacarnos a rastras del armario y a contarle a usted que su marido le pone los cuernos (desde que existen los teléfonos móviles y, sobre todo, las redes sociales resulta prácticamente imposible mantener oculta una infidelidad continuada), ya que va a denunciarlo a usted a la policía porque ha salido de su domicilio saltándose la cuarentena, aprovechémoslo para saber más sobre nosotros mismos. Creo que tengo derecho a que El Algoritmo me cuente todo lo que sabe de mí, y espero que en el futuro próximo la Declaración Universal de Los Derechos Humanos y la Constitución se ocupen específicamente de este asunto.

          Y otra cuestión que me interesa muchísimo es si la lupa está poniendo algo de su parte en todo esto. ¿Pudiera ser que Instagram nos empuje sibilinamente a tontear un poco por ahí? ¿Es posible que Instagram quiera que la usemos para ligar? Es curioso, porque ya existen apps específicas para ligar. Sin embargo, parece que Instagram nos resulta mucho más cómodo porque nos permite ligar de manera que parezca que estamos haciendo otra cosa.

          No pretendo escurrir el bulto, es bastante probable que tenga la lupa que me merezco, pero hace tiempo que sé que El Algoritmo no es un mero observador de la realidad, que tiene dueño y sirve a sus propios intereses, que no deben de ser muy parecidos a los míos. He llegado a la conclusión de que conviene desconfiar un poco de la lupa. Al fin y al cabo, tan mala es la falta de autoobservación como el exceso. Señora Lupa: a todos nos gusta que nos hagan casito, sentirnos deseados. Reconozco que me gustan mucho los hombres, pero creo que está siendo usted un poco intransigente conmigo. Hace un par de días que me afeité la barba. Cuando tomé la decisión no estaba pensando en nada de esto, pero lo primero que hice fue subir a Instagram una imagen de mi nuevo rostro. Estoy ansioso por ver el reflejo en la lupa.




viernes, 24 de abril de 2020

SOLO ENTENDERÁS EL RESULTADO DE ESTA OPERACIÓN SI SABES DE MATEMÁTICAS


memes

          Tal y cómo está escrita la expresión matemática, el cálculo da como resultado 120. Primero realizaríamos la multiplicación (220 x 0'5), y el resultado los restaríamos a 230. Total: 120. Luego, ¿por qué en la imagen se afirma que el resultado correcto es 5! y no 120?

          Lo gracioso del asunto es que ambos resultados son correctos, ya que 5! (un número con un cierre de exclamación es la manera de representar 5x4x3x2x1; es una forma de representar las funciones factoriales, lo que significa que hay que multiplicar todos los números enteros positivos que hay entre el número que acompaña el cierre de exclamación (en este caso, el 5 y el 1).