Hoy, 30 años después de mi propuesta original para un sistema de gestión de la información, medio mundo utiliza Internet. Es un momento para celebrar lo lejos que hemos llegado, pero también es una oportunidad para reflexionar sobre lo lejos que tenemos que ir todavía.
La web se ha convertido en una plaza pública, una biblioteca, una consulta de un médico, una tienda, un colegio, un estudio de diseño, una oficina, un cine, un banco y muchas cosas más. Naturalmente, con cada nueva característica y cada nuevo sitio web, la división entre los que usan Internet y los que no aumenta y hace que sea aún más imprescindible lograr que todo el mundo tenga acceso a la Red.
Y aunque Internet ha creado oportunidades, ha dado voz a los grupos marginados y ha facilitado nuestras vidas cotidianas, también ha engendrado oportunidades para los estafadores, ha dado voz a los que difunden el odio y ha facilitado la comisión de todo tipo de delitos.
Con el telón de fondo de las noticias sobre el uso incorrecto de Internet, es comprensible que mucha gente tenga miedo y no esté segura de que la Red sea realmente buena. Pero teniendo en cuenta lo mucho que ha cambiado en los últimos 30 años, resultaría derrotista y poco imaginativo suponer que Internet, tal y como lo conocemos, no se pueda cambiar para mejor en los próximos 30. Si renunciamos a crear una Red mejor, la Red no nos habrá fallado, sino que nosotros le habremos fallado a la Red. Para abordar cualquier problema, debemos definirlo de forma clara. En líneas generales, considero que hay tres causas de las disfunciones que afectan a la web actual:
- Las intenciones deliberadas y maliciosas, como el pirateo y los ataques informáticos apoyados por los Estados, la conducta delictiva y el acoso en Internet.
- El diseño de un sistema que crea incentivos perversos en los que se sacrifica al usuario, como los modelos de ingresos basados en la publicidad que recompensan comercialmente el cibercebo y la difusión viral de la desinformación.
- Las consecuencias negativas involuntarias del diseño benevolente, como el tono enfurecido y polarizado y la calidad de las conversaciones en Internet.
Aunque resulte imposible eliminar totalmente la primera categoría, podemos crear leyes y códigos para reducir al mínimo ese comportamiento, como siempre hemos hecho fuera de Internet. La segunda categoría exige que rediseñemos los sistemas de manera que cambie los incentivos. Y la última categoría requiere investigación para entender los sistemas actuales y crear posibles nuevos modelos o modificar los que ya tenemos.
No se puede culpar simplemente a un Gobierno, a una red social o a la mentalidad humana. Los discursos simplistas corren el riesgo de agotar nuestra energía mientras tratamos los síntomas de estos problemas en vez de centrarnos en sus causas. Para hacerlo bien, tenemos que unirnos como una comunidad mundial de Internet.
En momentos fundamentales, las generaciones anteriores se unieron para trabajar unidas para un futuro mejor. Con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, distintos grupos de personas han sido capaces de ponerse de acuerdo sobre unos principios esenciales. Con el Derecho Marítimo y el Tratado sobre el Espacio Exterior, hemos preservado nuevas fronteras para el bien común. Y ahora también, a medida que Internet modifica nuestro mundo, tenemos la responsabilidad de asegurarnos de que se reconozca como un derecho humano y se construya en beneficio de todos. Esta es la razón por la que la Web Foundation trabaja con Gobiernos, empresas y ciudadanos para crear un nuevo Contrato para la Red.
Este contrato se presentó en la Web Summit en Lisboa, que reunió a un grupo de personas que coincide en que hay que establecer unas normas, unas leyes y unos criterios claros sobre los que se sustente la Red. Los que lo apoyan adoptan sus principios básicos, y juntos elaboramos los compromisos específicos en cada ámbito. Ningún grupo debería hacerlo solo, y todas las aportaciones serán bienvenidas. Los Gobiernos, las empresas y los ciudadanos hacen su aportación, y nuestro objetivo es conseguir resultados este año.
Los Gobiernos deben adaptar las leyes y las normativas a la era digital. Deben asegurarse de que los mercados sigan siendo competitivos, innovadores y abiertos. Y tienen la responsabilidad de proteger los derechos y las libertades de las personas en Internet. Necesitamos defensores de la Red abierta dentro de los Gobiernos, funcionarios civiles y autoridades elegidas que tomen medidas cuando los intereses del sector privado amenacen el interés general y que se alcen en su favor para proteger la Red abierta.
Las empresas tienen que hacer más para asegurarse de que su búsqueda de beneficios a corto plazo no sea a costa de los derechos humanos, la democracia, los datos científicos o la seguridad pública. Las plataformas y los productos deben diseñarse teniendo en cuenta la privacidad, la diversidad y la seguridad. Este año, hemos observado cómo varios empleados de empresas tecnológicas se han rebelado y exigido mejores prácticas empresariales. Tenemos que fomentar esa mentalidad.
Y lo más importante es que los ciudadanos deben exigir a las empresas y a los Gobiernos que rindan cuentas por los compromisos que adoptan y que ambos respeten Internet como una comunidad mundial cuya base son los ciudadanos. Si no elegimos políticos que defiendan una Red libre y abierta, si no ponemos de nuestra parte para fomentar conversaciones sanas en Internet y si seguimos dando nuestro consentimiento sin exigir que se respeten nuestros derechos sobre los datos, estamos incumpliendo nuestra responsabilidad de hacer que nuestros Gobiernos den prioridad a estos temas.
La lucha por la Red es una de las causas más importantes de nuestra época. Hoy en día, medio mundo usa Internet. Es más urgente que nunca asegurarse de que la otra mitad no se queda rezagada fuera y de que todo el mundo contribuye a crear una Red que fomente la igualdad, las oportunidades y la creatividad.
El Contrato para la Red no debe ser una lista de soluciones temporales, sino un proceso que indique un cambio en la manera en que entendemos nuestra relación con nuestra comunidad digital. Debe ser lo bastante claro para constituir una guía sobre nuestra manera de proceder, pero también lo bastante flexible para adaptarse a la rapidez del cambio en la tecnología. Es nuestro recorrido desde la adolescencia digital hacia un futuro más maduro, responsable e inclusivo.
La Red es para todos, y juntos tenemos el poder para cambiarla. No será fácil. Pero si soñamos un poco y trabajamos mucho, podemos conseguir la Red que queremos.
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